jueves, 5 de noviembre de 2015

WEST CROW

El montículo de tierra situado en mi espalda se ha clavado en mis vértebras como una astilla diminuta que perfora sin esfuerzo la piel para incomodarte hasta que la sacas.
Remuevo la lengua dentro de mi boca y… oh, sí, me falta algún diente que no sé dónde ni cómo llegué a perder.
Se me olvidó hace tiempo el sabor de la sangre, o lo que duele sentir el frío clavado en mis  huesos carcomidos.
Mis párpados se desperezan después de tanto tiempo y es que es demasiado como para recordarlo y aunque ha pasado un año desde la última vez, parece que lleve una eternidad aquí encerrado. Puedo mover mis ojos pero todavía me cuesta parpadear lo suficiente, aunque me da igual, no lograré lubricar mis lagrimales por mucho que lo intente.
Soy consciente de todo, y qué demonios, en el fondo me gusta.
Una vez al año se enciende una luz, me saca de mi sueño y la sigo. No es posible alcanzarla porque cuando estiro el brazo para tocarla con mis largos y mugrientos dedos la muy mal nacida desaparece. Entonces despierto, aunque no de manera normal porque yo, yo ya estoy muerto. Sí, ya no pertenezco ni a este mundo ni al otro.
La primera vez no había pasado mucho de mi muerte, o al menos eso creo, porque todavía no había perdido la coloración en mi piel ni tampoco tenía las uñas putrefactas y descascarilladas. Las siguientes veces fueron tan desagradables que juré no volver a intentar mirarme a mi mismo. Bueno… esa “parte” sí, aunque hubiese sido mejor que declinar la tentación. No lo niegues, tú también lo habrías hecho.
Yo tenía un nombre, me llamaban Robert, Robert el lento.
En West Crow no podías andarte con tonterías, o desenfundabas rápido o morías y… pues eso.
Algo golpea con fuerza encima de mí tumba. Creo que si el corazón me latiese se me saldría del pecho en estos momentos. Cachos de madera empiezan a ceder y un destello blanquecino perturba mi “no descanso”.

—Es Robert el lento muchachos —oigo afuera.
—¿Estás seguro? —Me suena esa voz.
—¡Por fin! —Grita fuerte otro.
—Saquémoslo de aquí. Echadme una mano, venga —repite el primer hombre.


Me crujen todos los huesos; si pudiera patearles el culo lo haría pero lo poco que queda de mi cuerpo se tambalea intentando conseguir la horizontalidad suficiente como para darme cuenta de que varios ciudadanos de West Crow me miran con cara de satisfacción.

—Perdón por tardar un poco más de lo normal Robert —dice el grandullón de Mike el tuerto. No me acostumbro a ver esa masa negra que cae por su cuenca—. El inútil de Tim olvidó dónde te enterró el año pasado.
—No pasa nada chicos, unos minutos más y me pierdo la fiesta. Me las hubierais tenido que pagar en el más allá. —Menuda tontería como si eso fuese a ocurrir.
Bajamos la ladera, despacio y con mucho cuidado. La vez pasada a Margaret se le torció un pie y ahora lo lleva a rastras, es asqueroso, aunque la estampa en general es cuanto menos para echarse a reír, o a llorar depende de cada cual.
Hay nuevas casas colindantes a las del año pasado, son tan grandes que casi todos nosotros cabríamos sólo en el salón. Si estas personas hubieran conocido la cuadra en la que me crié…
Proseguimos nuestro camino, ahora viene lo más divertido, intentar cruzar el río sin mojarnos demasiado; aún lloramos la perdida del viejo Carl, se resbaló y lo primero que perdió fue la cabeza, el tronco y las extremidades danzaban persiguiéndole riachuelo abajo, parecía un muñeco hecho de paja. Tuvo su aquel porque desde entonces decidimos agarrarnos de las manos, o de lo que pillemos, que a estas alturas no estamos como para ser exquisitos los unos con los otros, y así ganamos la batalla. Mojados, pegajosos y a trompicones nos mezclamos con un pequeño grupo de ignorantes vestidos de vaqueros… o un intento de ello.
Tim intenta escupir al suelo, le pongo una mano en el hombro e intento poner cara de “venga, no hagas esfuerzos que no estamos como para recoger tus dientes, ni tampoco para recoger del suelo al que intente cogerlos.”
Y así un año más intentaremos parecer normales dentro de la marabunta de vivos que no saben que están rodeados de muertos.
¡Oh! Una chica guapa… me miro “ahí”; bah, ni lo intentes…


Una vez al año el pueblo de West Crow revive para la noche de ánimas mezclándose con los habitantes de la nueva ciudad West, a apenas un par de kilómetros. Al amanecer cada cual vuelve a su lugar de descanso, ayudándose los unos a los otros para dejar todo tal y como debe quedar hasta el año siguiente.
Unos dicen que la maldición la trajo un cuervo tan oscuro como la propia muerte, otros que el poblado de los Crow juró venganza por el robo de sus tierras, y los que menos afirman haber visto presencias oscuras el mismo día en que todos despertaron, como si el propio mal quisiera divertirse a costa de ellos.


La danza de los muertos entre los vivos será, ya seas o no uno de ellos ¿Qué más da?

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