Relato escrito por: Jesús Mesado Sánchez
Abro los ojos y me encuentro con un cielo oscuro como la penumbra, me incorporo y me viene un dulce y cálido olor que me embriaga por completo. Ante mi encuentro un sendero compuesto por rosas de diferentes colores, formando un camino en el cual solo puedo seguir en una única dirección. Me detengo para tomar una rosa de color blanco del suelo y, al momento, me viene un recuerdo de mis padres, los veo a ellos tal como eran cuando aún vivián hace ya muchos años. Yo tenía siete años. Mi madre se preocupaba cada día de que yo estudiará y cada día no me faltará de nada, todas las mañanas antes de ir a la escuela, ella me preparaba un bocadillo y un zumo para los recreos. Ella era me animaba a estudiar y me repetía cada mañana que era un niño muy especial.
No puedo contener una solitaria lagrima al recordar a mi madre, y cuando observo la rosa blanca en mi mano esta se deshace. Confundido por lo sucedido, me arrodillo y tomo otra rosa, pero esta de color rojo. En ese instante, me viene a la mente, Elisa, mi primer amor. Yo tenía quince años y estuvimos saliendo juntos unos meses, con ella me di mi primer beso y perdí la virginidad, pero rompimos poco después cuando la engañé con Susana. La flor de nuevo se deshace en mi mano. ¿Qué significa esto? ¿Dónde estoy?
Me agacho y tomo una nueva rosa, esta vez de color naranja, en ese momento recuerdo un día que estaba en el estadio de fútbol, jugaba mi equipo contra los rivales directos por el trofeo de campeones, ese partido lo ganamos tres a dos, yo hice la última asistencia y lo celebramos por todo lo alto con los amigos y familiares que vinieron a vernos. Se me dibuja una sonrisa y cuando me doy cuenta, la rosa se ha desvanecido. De nuevo reviso el jardín de rosas y, compruebo que no hay más colores: blancas, rojas y naranjas. Busco entre estas y tomo otra de color naranja, cierro los ojos y me viene a la mente un momento muy especial, cuando nació mi hijo Raúl. Yo estaba junto con Julia en la sala de parto y agarraba fuerte su mano y cuando el nació, ese sentimiento de felicidad fue indescriptible.
—¡Es un niño! —nos dijo una de las enfermeras con una sonrisa en su rostro—, enhorabuena, porque su hijo ha nacido sano.
Fuiste nuestro orgullo, tu madre y yo te amamos desde el primer momento en que llegaste a nuestras vidas. Esta vez me es imposible contener las lágrimas, porque tal como llegaste te fuiste unos años después por aquel maldito cáncer. Me limpio las lagrimas y en mi mano ya no hay ni rastro de esa rosa naranja. Observo a mi alrededor, no hay nada, solo estas rosas de este extraño jardín y cada una de ellas parece un recuerdo de mi vida.
Tomo ahora una rosa rosa del suelo y en mi mente se aparece Julia, el día que nos casamos. Ella estaba preciosa con su vestido de novia, ella quedo embarazada al año siguiente. La flor se deshace y tomo otra de color blanca, entonces veo a mi hijo en el hospital, él estaba en la etapa final de su enfermedad. Julia y yo estábamos junto a él, y nos dedicó un hermoso dibujo, esa era su forma de decirnos que nos amaba. La rosa se desvanece entre mis dedos. Comienzo a correr sin mirar atrás, el dolor
—¡No quiero seguir con esto!
Tras correr unos minutos me detengo y lo único que he conseguido es fatigarme, porque estoy en el mismo sitio, frente al mismo jardín de rosas de colores.
—¿Qué broma es esta?
Me siento en el suelo y de mala gana tomo otra rosa, sin siquiera fijarme el color, cuando veo en mi cabeza aquel día que estábamos de acampada con los vecinos y sus hijos, los niños jugaban mientras yo y Julia disfrutábamos de unos sándwiches y nos reíamos con Mateo y María. Ellos eran un matrimonio maravilloso, pero todo se echó a perder cuando una noche bebí más de la cuenta y me acosté con ella. Yo se lo oculté a Julia, pero María se sentía con una enorme carga de culpa y finalmente se lo contó a su esposo, el nunca le dijo nada a Julia, pero no volvimos a verlos nunca, cuando se mudaron les perdimos la pista por completo. La flor desaparece en mi mano. Tomo una nueva flor, luego otra… y otra, así van apareciendo distintos recuerdos. Muchos relacionados con Raúl, otro con Julia, otros con mis padres y amigos. No me detengo hasta haber tomado todas y dejar el jardín vacío.
—¿Estas preparado para marcharte?
Al escuchar esa voz siento como mi alma se congela por unos momentos y me giro asustado y, la veo a ella, pálida e inexpresiva, era como si fuera una muñeca, pero con un aspecto fantasmal. La observo detenidamente parecía un ángel, pero estaba seguro de que no era nada de eso.
—¿Quién eres? —pregunto con voz temerosa.
—¿Estas preparado para marcharte?
De nuevo me vuelve a preguntar, pero no soy capaz de entenderla.
—¿Marchar a dónde?
Ella me señala con su dedo índice.
—Respóndeme —pregunto de nuevo de manera más tajante —, ¿quién eres tú?
Esa figura se inclina y toma una rosa, pero esta es de color negro y en un pestañear esta a mi lado y deposita la flor en mis manos, al instante tengo otro recuerdo, mucho más reciente. Había discutido con Julia por enésima vez por la custodia de Raúl, ella no estaba cumpliendo con lo que el juez decretó en el juicio por el divorcio, yo estaba muy molesto y salí a despejar la cabeza, pero no me quitaba la discusión con mi exmujer y en una de las curvas reaccioné tarde y choqué violentamente saliéndome de la carretera, haciendo que mi coche se estrellará contra una valla y lo siguiente que recuerdo es aparecer en este jardín.
—¿Estoy muerto? —niego con la cabeza—. ¡No puedo estar muerto!
Doy unos pasos hacia atrás para apartarme de ella, pero siento como posa sus ojos en mí y me apunta con su dedo.
—¿Estas preparado para marcharte?
En ese momento siento que mi cuerpo se estremece de terror y es cuando comprendo quien es ella y cual es su cometido, tras ese accidente de trafico yo estoy en ese punto entre la vida y la muerte. Observo en mi mano la rosa negra aún sigue intacta.
—No puedo morirme aún, tengo mucho que hacer y mi hijo me necesita.
La muerte señala a la flor negra en mi mano, bajo la vista a esta y observo que empieza a desvanecerse entre mis dedos, cuando esta desaparece por completo siento una brisa gélida que inunda mi ser y en ese instante siento una enorme paz en mi interior. Ella me abraza y siento como mi cuerpo ya no responde y me sumo en la más completa oscuridad.
***
Alguien dijo una vez, que en la vida hay tres cosas ineludibles: los impuestos, los cambios y la muerte. No sé quién sería la persona que llegaría a tal conclusión, pero tenía toda la razón.
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