viernes, 13 de enero de 2023

Fin de Año

Escrito por: Josema Beza

El sol comenzaba a esconderse tras las montañas. La luz disminuía su intensidad y todo el entorno comenzaba a teñirse de tinieblas. La mirada de la aventurera seguía fija en un punto indeterminado del horizonte. Llegaba el momento del cambio. Otro año llegaba a su fin. Era el momento de recordar, un tiempo de reflexión, tanto vivido, tanto sufrido, cuantas pérdidas y tan pocas alegrías.

Con un profundo suspiro, una idea llegó a su mente. Era impensable haber llegado a este instante, pues los peligros que los había estado acechando, o las dificultades surgidas, se habían estado acumulando una tras otra, sin parar de llegar. Si se superaba una, otras tres venían a cubrir ese flanco.

En el camino se habían quedado amistades, de esas que viven en tu corazón por siempre. Una solitaria lágrima resbaló por su rostro. No intentó ni ocultarla ni secarla en el descenso por su tez. La libertad debía ser su único camino, dejando un reguero irregular cicatrizando el hollín que perlaba el rostro de la aventurera. Las imágenes se agolpaban en su mente, cada una de ellas era recibida como un golpe de maza. Entre ellas, la eterna sonrisa del que había sido su mentor, su ahijada jugueteando con una de sus coletas, una lluvia inclemente golpeándola en un funeral oscuro e impensable, la gloria de la victoria acompañados de rebosantes cuernos de fría hidromiel. Estos eran atisbos de un año demasiado intenso para la fortaleza de su alma. Un espíritu cansado de batallas, de arriesgadas aventuras y de victorias teñidas con sangre; demasiada sangre. Otra lágrima brotó y recorrió el camino que había emprendido su hermana unos instantes antes.

Notó una presencia a su espalda y su mano asió la empuñadura de la daga como si tuviera vida propia. ¿En qué momento había adquirido esa costumbre? ¿A qué otras se habría acostumbrado su alma? Se obligó a dejarla envainada y a esperar. Una mano amiga se posó en su hombro y apretó con afecto, intentando aligerar ese inmenso peso que soportaba su espalda. Era Ella, solo podía ser Ella, su compañera de camino y vida, su confidente, su destino. Ese contacto la reconfortó y más lágrimas siguieron brotando. Lloraba ya sin mesura, sin control, sin refrenarse. Ambas mujeres compartían ese momento en silencio, sus miradas perdidas en el ocaso de una época, en otro cambio de año. No hacían falta las palabras. Su mano abandonó la empuñadura y encontró esos dedos de su hombro. Se aferró a ellos, con determinación, y buscó sus ojos con la mirada. Las lágrimas también cubrían ese rostro que la había acompañado durante este año tan complejo y cruel.

Una sincera sonrisa de agradecimiento enmarcó la cara de la aventurera, correspondida por otra similar en Ella.

—¡Fin de otro año!

La abrazó con fuerza, y así estuvieron mientras el tiempo se deslizaba por los pliegues que se iban cerrando del año que tocaba su fin. El Sol había desaparecido en su totalidad y la Luna reclamaba su sitio como reina del firmamento. Era el momento del cambio, del inicio de otro año. ¿Sería tan duro como el que tocaba su fin? ¿Habría espacio para la esperanza, los sueños, el amor?

—Un nuevo inicio nos espera—. La voz de la aventurera era tan solo un suspiro.

—Siempre a tu lado.

Con esas palabras lo supo. Daba igual lo inclemente, oscuro y cruel que fuera este nuevo año, lo superarían, apoyándose, juntas.

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