Aquí tenéis los dos relatos finalistas del Concurso de Relatos para Autores Noveles que lanzamos a mediados de noviembre y se cerró a final de enero. El primero es «Pensamientos desde el paraíso» de Xabi Garza. El segundo es «Vivo» de Sara Pizarro Romero. Dos relatos que gustaron mucho al jurado, entre una participación de más de cincuenta relatos recibidos.
«Pensamientos desde el paraíso» de Xabi Garza
Cuando murió mi padre
todo se empezó a desmoronar. Su marcha sobrecogió a todos y las circunstancias
que rodearon su muerte todavía más. Santiago Armentia, un buen hombre, o eso
creíamos. Una vida entera dedicada al trabajo, poco a su mujer y casi nada a su
hijo; pero los imperios no se crean solos y mucho menos crecen sin dedicarle
tiempo, el mismo que queríamos que nos dedicara a nosotros.
Mi padre paraba poco
por casa y cuando estaba lo recuerdo discutiendo por teléfono sobre algún
pedido o con algún proveedor. Nunca me faltó de nada, buena ropa, buenos
alimentos, lo último en tecnología, etc. Sólo me faltó su cariño, su
complicidad y su implicación.
A menudo uno cree que
todo lo puede el dinero, pero nadie puede comprar el amor sincero y puro. El
tipo de amor que se le supone a un buen padre. Eso lo eché de menos infinidad
de veces y mi madre, por supuesto, también.
Durante años pensé
que su matrimonio fue por mi culpa. Si mi madre no se hubiera quedado
embarazada... Ella hipotecó su vida para darme una buena niñez, ardua tarea
cuando sufres depresión crónica, algo de lo que me enteré demasiado tarde. Si
echo la vista atrás, me cuesta recordar una sonrisa suya. Siempre limpiando la
casa, ordenando todo, cocinando y procurando que, con el dinero que mi padre
generaba, no me faltara nada. Hubo un tiempo en que mi padre le dijo que nos
podíamos permitir contratar a alguien para que se ocupara de las tareas del
hogar. Mi madre se negó en rotundo y ahora entiendo el porqué. Mientras hacía
todo aquello su mente se evadía y dejaba de pensar, por un momento, en lo vacía
y ausente que se sentía. Mil veces le dije que le dejara, que nos fuéramos ella
y yo a cualquier lugar. Un lugar apartado, sencillo, pero nuestro, donde poder
vivir tranquilos y felices. Ella siempre repetía lo mismo: —Ay, cariño mío. ¿A dónde quieres ir? No digas tonterías. Además, yo
soy feliz si tú eres feliz, mi vida. Hubo un tiempo en que me lo creí,
aunque duró poco. Sus labios pronunciaban palabras que sus ojos desmentían.
Pasaban los días y yo
seguía creciendo y madurando, aunque fui muy consciente de la situación desde
bien pequeño. Mi padre, siempre en la oficina, y mi madre en casa procurando mi
porvenir. ¡Qué típico, qué tópico!
No tardé mucho en
deducir que él tenía una amante que le procuraba su ración de sexo necesario
haciendo que las arcas de la empresa se vieran afectadas, mientras mi madre le
lavaba los calzoncillos y le hacía la cena cada puta noche. Todo salió a la luz
cuando fue encontrado muerto rodeado de un gran charco de sangre en medio de la
calle frente al Hotel Hilton.
La policía concluyó
que discutieron y, fruto del forcejeo, mi padre se abalanzó por el balcón de la
habitación. Por supuesto, ella lo negó todo. Bueno, todo no, admitió ser su
amante, sólo eso. Alegó que bebieron y que se quedaron dormidos. Le dijo al
juez que no recordaba nada de lo ocurrido y el abogado alegó enajenación mental
transitoria para ver si rascaba algo. Homicidio involuntario siempre es mejor
que asesinato, pero en ambos casos la consecuencia es la misma: la cárcel.
Después, todo fueron
días grises. Mi madre nunca lo superó. Lloraba sin parar, al principio
escondiéndose de mí, después ni siquiera lo podía controlar o directamente ni
siquiera quería hacerlo. Le dolió más la mentira que la infidelidad. Ella, que
lo hipotecó todo, su juventud, sus sueños, sus ilusiones; y él… Todo fue
mentira, todo una gran y perversa mentira.
A pesar de mis
súplicas duplicó las dosis de orfidal que combinaba con diazepam. Tan solo dos
semanas después del fallecimiento de mi padre, mientras yo pasaba el fin de
semana en Navarra, encontraron a mi madre muerta en la bañera. El análisis
forense fue concluyente, sobredosis de ansiolíticos.
Una tremenda pena. O
quizá no tanto. Bien visto yo soy el heredero universal de ambos, y mojito en
mano tumbado bajo el sol en una playa caribeña las cosas se ven «de otro modo».
Cuando supe que mi
padre tenía una amante me cabreé tanto con él que decidí hacerle pagar por todo
aquello, por los años de dedicación de mi madre que mi progenitor no valoró en
absoluto. La fatídica noche les seguí, les hice llegar una botella de Moët
Chandon a la habitación, cortesía del hotel, que previamente me había encargado
de «aderezar». Al rato, no me fue difícil hacerme con una tarjeta maestra y
entrar en la habitación. Allí, ajeno a todo, reposaba mi padre, tumbado en la
cama medio desnudo. Lo cargué como un saco de patatas, lo saqué al balcón, lo
apoyé en la barandilla y un pequeño empujón y la gravedad hicieron el resto.
Después, al volver al interior de la habitación, miré con desprecio a aquella
puta, pero contuve mis instintos; al fin y al cabo, ella también tendría su
penitencia.
El plan salió según
lo previsto, pero mi madre lejos de sentirse libre se volvió irascible. Le
echaba de menos, aunque fuera un grandísimo hijo de puta. Nunca lo entendí.
Cansado de la situación y de ver a mi madre consumirse lentamente, no pude más
que acelerar el inevitable proceso. Me procuré una buena coartada y justo antes
de marcharme cambié la última tableta de analgésicos que quedaban en la caja
por otra con el doble de dosis. Las matemáticas nunca fueron su fuerte,
pobrecita. Qué pena.
En fin, que aquí estoy, solo, disfrutando del paraíso mientras la brisa del mar Caribe seca mis inexistentes lágrimas.
Las personas ya deberían saber que nada es fácil en esta vida; que lo que rápido viene, rápido se va; o que todo siempre pasa por alguna razón... Puedo mencionar más frases como ejemplo de lo que quiero decir, pero sería en vano, ignoran las advertencias. Aquí una muestra de ello:
—Hola, ¿me invitas a
un trago?
—¡Claro, lindura! —A
una persona se le acerca una mujer guapa y con una actitud desbordante en un
bar, le coquetea, le sonríe y ¡pum! Ya está comiendo de su mano. Como dije,
nadie hace caso a las frases hechas. Parece que el ser humano se expusiera al
peligro adrede. Ha bajado la guardia y eso facilitará mi trabajo.
Copas y más copas, el
tipo está hecho un trapo. Me susurra al oído que le encanta cómo me veo. Trata
de besarme y meterme mano, pero no le dejo. Trabajar, beber y coger*[1], parece que es lo que
todo el mundo quiere en estos tiempos.
Es hora del siguiente
paso.
—¿Vamos a tu casa,
cariño? —me balbucea.
—Claro. Tú solo
relájate, amor. Verás que te va a gustar.
Salimos del bar y,
con dificultad, lo llevo hasta mi auto*[2]. Conduzco por unos
veinte minutos hasta un lugar baldío: la parte trasera de uno de los viejos
cementerios de esta ciudad. Habilité anticipadamente una casucha que estaba
abandonada desde hacía años.
—¿Aquí vives? —No le
respondo. Lo ayudo a entrar y lo lanzo cual despojo sobre el colchón sucio que
puse en medio del lugar.
Me subo sobre él, con
las piernas abiertas y mis rodillas a cada lado de su cuerpo. Me meneo
frenética sobre su miembro, que quiere escapar de sus pantalones. Sus manos
aprietan mis muslos e intentan con torpeza arrancarme la ropa. Le abro la
camisa y acaricio su pecho, me tomo el tiempo para contemplarlo, sintiendo su
piel suave y caliente bajo mis yemas. Él se levanta y me mordisquea el cuello.
Dejo que disfrute algunos minutos antes de llegar a la parte central de la
noche. Lo jalo*[3]
del cabello hacia atrás y me acerco a su oído, le ronroneo como una
gatita y le susurro lentamente:
—He aquí un tributo.
—Él se paraliza al instante. El inicio del mantra tiene ese poder—. Entrego su
alma como pago al Señor Oscuro, quien me brindó una vida a cuidar, y me quedo
con su corazón como alimento para el beneficiado. Gracias le doy por su
infinita bondad…
Veo el terror en sus
ojos al sacar un cuchillo muy afilado que dejé escondido debajo del colchón y
corto su garganta de un certero tajo. Su yugular cercenada deja escapar la
sangre a borbotones, formando un charco rojo a nuestro alrededor. En minutos,
él deja este mundo. Me acerco al rincón donde dejé los materiales que necesito
y comienzo con mi labor.
Termino por hoy casi
dos horas después, guardo mis herramientas y el paquete que debo llevar. Entro
al auto que dejé estacionado a varios metros y espero. A los minutos, el
cuchitril empieza a arder. Los vecinos pensarán que alguien quema basura, como
usualmente hacen en esta zona. Nadie sospechará que es una medida para eliminar
mis huellas y para terminar de deshacer lo que queda del cuerpo carcomido por
el ácido que le eché.
Obviamente no debo
encontrar tributos cerca de casa, no debo levantar sospechas, por lo que voy a
diferentes ciudades. Demoro*[4]
unas cuatro horas en regresar. Dejo el paquete en la
congeladora*[5] y voy a bañarme. Debo
preparar el desayuno. ¡Quiero sorprenderlo!
*****
Solo
por contactarme, tu alma ya me pertenece. Y para seguir viendo crecer al niño,
para atarlo a tu mundo, cada seis meses deberás pagar con un alma y alimentarlo
con un corazón humano.
—Despierta, bebé. —Es
increíble poder ver sus ojos todos los días, sentir sus abrazos y escuchar
cuánto me ama. Él es el amor de mi vida.
Hace cuatro años mi
pequeño fue desahuciado por la maldita leucemia linfoblástica. Él lloraba
mucho, no quería morir. Todos decían que debía resignarme, que mi hijo, mi
pequeño de cinco años, ya no sufriría más. Dios no escuchaba mis ruegos, Él no
quería salvarlo. Y en mi desesperación hice un trato con un demonio que se hace
llamar el Señor Oscuro.
—¡Hola, mami! —Sus ojos
reflejan alegría al ver la bandeja a su lado— ¿Podré desayunar hoy en mi cama?
¡Gracias, mamá!
Toma el vaso grande y
se lo bebe sin más, sin importarle el olor de la sangre o los coágulos que se
forman desde hace un rato. Es sorprendente ver su hambre por el corazón humano
y que yo nunca haya sentido náuseas al ver que lo come crudo, cortado en
cuadraditos, como jugo*[6]
o como un grumoso puré.
Soy capaz de hacer lo
inimaginable por mi hijo, aunque trabaje duro robando corazones de personas
inocentes por toda la eternidad y me convierta en un ser maldito sobre La
Tierra. Nada de eso importa. Él ahora tiene nueve años, está bien y es feliz.
¡Está vivo!
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