Escrito por: Jesús Mesado Sánchez
Hacía días que no salía con mi Canon a hacer lo que más me gustaba, lo único que realmente me mantenía sereno en este mundo de mierda: fotografiar a esas bellezas que merecían ser inmortalizadas, a cada una de ellas, desde la primera hasta la última. Nunca pude escucharlo de sus labios, pero sé que ellas lo disfrutaban tanto como yo.
Claro, que contigo es diferente. Muy diferente.
Te he encontrado en un callejón detrás de una iglesia, ha sido de pura casualidad. Sin embargo, ahí estas, con tus ropas raídas hasta tal punto que puedo apreciar hasta el detalle más ínfimo de tus curvas casi perfectas. Recorro con mi mirada tu cuerpo y me sorprendo cuando veo en tu mano derecha un viejo y más que roto peluche de color marrón.
Al verte, afloran en mi mente los recuerdos de mi hermana. Se llamaba Paula, y murió de leucemia a los diez años; pero mientras vivía, nunca se despegó de su peluche. Siempre lo llevó consigo a todas partes. Recuerdo también cómo todas las noches debía contarle un cuento para que se durmiera.
Si Paula no hubiera muerto, ahora tendría más o menos tu misma edad. Podrías ser mi hermana pequeña; pero a estas alturas eso ya no importa. Lo único que realmente importa es que debo inmortalizar este instante. No conservo ninguna fotografía de ella; y tú eres casi idéntica; y dudo que haya otra como tú en todo el jodido planeta.
⸺Perdóname hermanita, pero entiéndelo, debo hacerlo. Por ti y por mí. Por ambos.
Preparo la cámara y busco un buen ángulo para que la foto sea perfecta. Entonces posas tu vista en mí. Te has percatado de mi presencia y me estas mirando fijamente. Sin embargo, sorprendentemente, no haces ningún ademán de atacarme. El único movimiento que haces es llevarte la mano a tus cabellos largos, sucios y oscuros mientras jugueteas con ellos. Incluso en tu mirada de muerta me resultas tan inocente... Tan pura como la mirada de una niña, como la mirada de mi hermana.
⸺Joder, Paula, tú eres perfecta. Vas a ser mi mayor obra. Mi jodida obra maestra ⸺digo extasiado.
Comienzo a fotografiarte. Disparo varias veces, asegurándome de que todas las fotos sean buenas. Incluso puedo hacerlas desde distintos ángulos. Tú me lo permites. Estás tan tranquila, tan calmada, que casi parece que estés posando para mí. Todo es perfecto. Jodidamente perfecto. Hasta que un pequeño grupo de Z irrumpe en el callejón e interrumpe nuestro momento especial. Estos cabrones no son como tú. Más quisieran serlo. Más quisieran parecerse mínimamente a ti. En cuanto me han visto se han lanzado lenta pero inevitablemente hacia mí, totalmente decididos a convertirme en su almuerzo.
Dudo por unos momentos, pero aunque mi deseo es quedarme contigo, no tengo balas para todos ellos, y echar a perder tanta munición sería un desperdicio, por no decir un suicidio.
⸺Lo siento mucho Paula. Quería contarte un cuento. Ese que tanto te gustaba, el de la niña que se convertía en princesa. Estoy seguro que te hubiera gustado.
Apunto con mi Glock y te disparo a la cabeza. El tiro es certero. Caes al suelo fulminada. Corro hacia el otro extremo, dejándote atrás con esos cabrones, que en vano intentan seguirme.
Y por primera vez en mi vida lloro. Lloro por haber matado a una Z. Y he matado a muchas, algunas incluso he disfrutado haciéndolo. Pero, tú, mi querida Paula, tú eras única.
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