lunes, 23 de octubre de 2023

«El retrato de Thomas Lamur» de Omar Cruz

«¿Alguna vez has tenido esa sensación de no estar seguro,
si estás despierto o soñando?»

«Matrix Revoluciones» (Neo)

De su cuerpo salían moscas verdes y gusanos color amarillo. Hacía mucho tiempo que no se daba una ducha y quizá era por eso que un hedor espantoso se podía sentir al estar a su alrededor. Sus dientes eran un festín para todo tipo de bichos y parásitos y en sus muelas podridas habían construido una piscina; que se llenaba diariamente con las secreciones que emitían sus órganos ya desechos.

Ese día decidió levantarse de su cama y empujó con gran furia la puerta ya que había escuchado ruidos cerca de donde estaba colgado el retrato de su padre. Un trabajo que él mismo había pintado, con algunas técnicas de surrealismo decadente y puntillismo.

Salió tan rápido de su habitación que olvidó colocarse una camisa y en sus brazos y pecho se notaban pedazos de piel carcomida, agujeros llenos de pus —y por sus venas casi marchitas— recorrían pequeños huevos de cucarachas y también de gusanos.

Cuando llegó a la sala principal vio a unos hombres que estaban apreciando el trabajo en aquel cuadro y uno de ellos sorprendido por su forma tan abrupta de llegar —le dijo—: ¿este trabajo es suyo? Y él —le respondió—: si, fue mi primer cuadro, es un retrato de mi padre Thomas Lamur, un ser que amé mucho. Y otro de los hombres misteriosos —le dijo—: en verdad que su talento es brutalmente hermoso, es usted un pintor impresionante, y vaya que mezclar surrealismo decadente y puntillismo no es algo tan fácil, ¿estudió usted en una escuela de arte muy prestigiosa? —finalizó—.

Aquellos hombres que apreciaban la belleza del arte en aquel cuadro, también empezaron a sentir el olor repugnante que emergía de ese hombre que se les había presentado y que afirmaba ser un artista prolijo. Ellos ya se habían percatado que dentro de su cuerpo salían y entraban moscas y gusanos como si aquel santuario decadente fuere su hogar desde hace mucho tiempo.

Hubo un silencio sepulcral en aquella habitación hasta que uno de los hombres —le preguntó— al artista: ¿cuánto tiempo le llevó realizar tan espléndido trabajo? ¿lo tiene en venta? Y el hombre que masticaba lo que al parecer era un huevo de cucaracha —le dijo—: lo pinté cuando era un adolescente, bien les podría afirmar que para las líneas rojas usé un poco de mi sangre para que tuviera un efecto más intenso y de realce.

Un fuerte ventarrón entró por la ventana y mientras un rayo partía las entrañas de la tierra, aquellos hombres pudieron observar que el artista estaba lleno de muchos agujeros en su cuerpo y su piel se caía como la de las serpientes cuando están mudando, pero en este caso, no brotaba nueva piel, por el contrario, se veía el perfecto color de los huesos de aquel artista enigmático.

El pintor sacó de su ojo izquierdo, una larva pegajosa que acababa de nacer en su mirada y uno de los hombres no pudo evitar el vómito al ver tan repugnante escena, y luego aquel artista —les preguntó—: todavía no me han contado el motivo exacto de su visita, que o quién los trajo, me gustaría saber que alud los guio hacia mi cuadro y los puso en mi camino.

El hombre que había vomitado se limpió la boca con un viejo pañuelo que tenía en su bolsillo, observó al pintor —y le dijo—: y si mejor nos cuenta quien es usted, desde hace cuánto tiempo está acá. Hubo otro silencio que el chillido de un ratón lo desapareció y el pintor —respondió—: yo soy hijo de los enigmas, fui criado por parpadeos inciertos y me enseñaron a pintar los chacales. No recuerdo exactamente el tiempo que llevo acá, quizá sean cuarenta o cincuenta décadas; el tiempo, a veces, se vuelve algo deforme y totalmente inexplicable —finalizó—.

Otro de los hombres se dejó llevar por el diálogo —y le respondió—: nosotros estamos acá porque averiguamos sobre un cuadro famoso de un pintor —que nos habían dicho— estaba muerto, pero veo que al parecer nos lo hemos encontrado o esto es una completa y retorcida alucinación.

El pintor al escuchar la breve historia sonrió a carcajadas y desde lo profundo de sus muelas salieron volando dos gusanos amarillos —y les dijo—: déjenme comentarles algo; yo morí hace ya un par de años, por lo tanto, es imposible que ustedes estén vivos. Pero siéntanse como en casa, tomen asiento y sigan apreciando el arte. Yo me iré a mi habitación y seguiré durmiendo por la eternidad entre el frenesí de las larvas y las cucarachas que adornan mi ataúd.

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