viernes, 27 de octubre de 2023

«La anciana solitaria» de Victoria Sastre Sastre

«La anciana solitaria» de Victoria Sastre Sastre

Ya era muy mayor y si bien los designios de Dios son inescrutables, sabía que moriría pronto. Su endeble salud contrastaba con sus excelentes capacidades mentales, pero su alma atormentada la arrastraba a un foso de malestar. Su principal problema era la sociedad a la cual detestaba y aborrecía desmesuradamente. Al parecer, nunca se llevó bien con nadie dado su carácter melancólico y reservado que la distanció de los demás y jamás logró introducirse. Tampoco tuvo amistades, ni pretendientes, dejó de hablar con sus pocos familiares desde hacía tiempo… La especie humana le provocaba aversión y odio. Nunca saludaba a los vecinos, miraba con acritud a los niños, si alguien le preguntaba algo no respondía… Estaba claro: el día de su deceso nadie la echaría de menos, simplemente en algún momento alguien hallaría su cadáver. Le contentaba saber que pese a su edad no precisaba de nadie. Sólo salía de su hogar para lo imprescindible, aunque disfrutaba de un hermoso jardín rodeado de matorral para serenarse y al mismo tiempo pasar desapercibida.

Una tarde la anciana estaba tomando el té en la terraza cuando de repente vio a dos muchachas charlando en su vergel. Una aparentaba mayor edad y lucía un elegante sombrero bermejo, mientras que la otra llevaba un bonito vestido azul con dos lazos a juego en el cabello. El corazón le dio un vuelco y se estremeció, escondiéndose anonadada en su casa, «¿Qué hacen estas dos jóvenes desconocidas en mi propiedad?». Tuvo miedo porque había algo oscuro en ellas, sus semblantes le evocaron otros tiempos, como si de hologramas decimonónicos se tratasen. Seguidamente aparecieron otros personajes siniestros paseando despreocupadamente por las inmediaciones del hogar, había desde fornidos caballeros y distinguidas damas que parecían surgidos de la época medieval, hasta niños de aspecto anticuado que correteaban y se alcanzaban. La vieja se dispuso a poner las cortinas para que no la vieran pero antes de que pudiera hacerlo todos desaparecieron misteriosamente, «La edad no perdona», se dijo para sí, pensando que tal vez estuviera perdiendo la cabeza.

No obstante, durante los siguientes días la situación empeoró y su parcela se llenó de gente variopinta. Las dos muchachas del otro día seguían charlando, pero parecían las más corrientes ya que también había niños desvergonzados arrancando sus petunias, hombres ebrios parloteando animadamente con mujerzuelas, folclóricas danzando… Y dejó de tomar el té de la tarde en la terraza como de costumbre porque temía que las «apariciones» del jardín pudieran vislumbrarla. Mas una mañana se encontró a las dos jovenzuelas desayunando tranquilamente en la cocina de su casa y su rostro se transfiguró al verlas, «Si ni mi propio hogar es seguro, ¿dónde me esconderé entonces de la gente?», pensó aterrorizada.

Una merendola realmente fabulosa, quizás le apetezca probar uno de estos exquisitos bollos… Comentó la muchacha que aparentaba mayor edad mientras observaba a la anciana maliciosamente, pero ésta se desplomó en el suelo.

Cuando recobró el sentido todo había vuelto a la normalidad y su vivienda estaba vacía. «Puede que sólo esté perdiendo la cabeza»; en el fondo deseaba que así fuera pues no le apetecía tener que enfrentarse a una realidad diferente con personas existentes. Se cercioró de cerrar bien puertas y ventanas ya que no quería más incidentes; llevaba demasiados años aislada de la gente y quería que así continuara siendo.

El reloj marcaba las doce de la noche cuando un fuerte estruendo la despertó de sus ensoñaciones. La entrada principal se había abierto de par en par y un grupo de personas deambulaba por los pasillos de su casa. Eran todas las «alucinaciones» que había visto durante esos días, aunque en esta ocasión iban ataviadas con sudarios y su semblante era ceremonioso; no parecían tener extremidades y avanzaban sin tocar el suelo. La vieja conocía bien las numerosas leyendas de fantasmas y si ella era capaz de verlos significaba que estaba a punto de morir, pues se dice que en el lecho de muerte uno es capaz de ver más allá de lo mundano. Sentía un gran horror y sólo deseaba que ese séquito de espíritus se marchara de su domicilio. Atolondrada, le daba igual fallecer, pero anhelaba la soledad absoluta.

Escuchó una voz a sus espaldas, «Ya es tarde para estar sola». Era la muchacha más joven pero esta vez sus vestiduras también eran diferentes: una mortaja sucia la envolvía y en su mirada sólo había cuencas con gusanos. La casa se había llenado de gentío. «¡Mientes! ¡Nunca es tarde!», gritó la anciana en una irrupción de desesperación y locura mientras se extirpaba los ojos para no ver a nadie, pero a pesar de haber perdido la vista continuaba contemplando la horrenda imagen de la chica, y poco después murió de un fulminante ataque.

Primero vio la luz y luego se percató de que avanzaba por un largo túnel hasta alcanzarla. El problema es que había gente esperándola al Otro Lado; sí: demasiados aguardándola. Al parecer pudo arrancarse los ojos del cuerpo pero no los del alma, y estaba condenada a convivir con personas por toda la eternidad: su peor Infierno.

2 comentarios:

  1. Vicky soy Carmen que no me deja iniciar sesion jajajaja. Me encanta lo que has escrito!!! Una maravilla. Me ha gustado mucho el detalle de arrancarse los ojos, muy gore y espeluznante. La verdad es que puedo llegar a entenderla... Pero es una pena que no pueda estar ni tranqiila en el más allá. Sigue asi!!! 😍

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  2. Relato muy interesante donde la mente es la protagonista, nunca sabremos si la realidad fue ficción o la ficción fue realidad. El desenlace final nos deja impresionados ya que tras su sacrificio la anciana no varía su realidad. Terrible final puesto que su mente va camino de dejarla loca para siempre, sus traumas de la infancia llegados a su culminación al final de su vida precipitan una horrible muerte que se preludia para esa anciana.

    Cariño, lo has hecho muy bien, este comentario es de tu madre.

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